
Mientras la estrategia comunicacional del gobierno hace agua por donde se la mire, los medios hacen culto de la grieta abandonando todo rigor periodístico. Al mismo tiempo, las redes sociales y sus algoritmos nos proponen aislarnos en guetos de afinidad.
Al comienzo de cualquier mandato, sobre todo si hay un cambio de color politico, el pueblo delega sobre el candidato victorioso un caudal de eperanza y optimismo. Después de la debacle económica protagonizada por la troupe macrista, el nuevo gobierno de Alberto Fernandez comió de las mieles de esa primavera. Al dia 99, ante la tragedia global de Covid-19, se decretó la cuarentena y el gobierno adoptó un discurso que se caracterizó por ubicar al Estado como centro rector de acompañamiento ciudadano y propuso alcanzar una contención social en pos de la articulación de una noción de democracia pluralista y separación de las voces de indignación surgidas desde las usinas opositoras.
Esa estrategia resultó exitosa ya que los medios de comunicación acompañaron la preocupación y las medidas de prevención. Incluso algunos sectores de la oposición vislumbraron la demanda de la sociedad y se mostraron junto al gobierno. Sin embargo, la situación de emergencia se prolongó más de lo esperado. Lejos de modificar la estrategia, el gobierno se aferró a ella confiado de que si había tenido éxito hasta el momento no había por qué cambiar. Tampoco construyó nuevos horizontes de expectativa. No hubo ninguna épica en el acuerdo con el FMI, y las vacilaciones y los idas y vueltas empezaban a ser la característica principal en una comunicación que no se mostraba cohesionada. El caso Vicentin marcó un antes y después: lo que pudo haber sido una batalla reivindicativa terminó siendo una decepcionante capitulación. Empezaba a delinearse la gestión del posibilismo. La audacia se desvaneció rápidamente ante los fantasmas de una derrota. El músculo movilizador estaba atrofiado y Fernandez nunca dio señales claras de querer rehabilitarlo.
El primer mandatario confió de entrada en su habilidad para el diálogo con la prensa, rasgo diferenciador con la vicepresidenta. Además, no tiene problema en enfrentarse a periodistas que le pueden ser hostiles, algo que lo diferencia del expresidente. No obstante, dicha habilidad lo transformó en el principal comunicador de su propia gestión, aunque está claro que no se puede patear el centro y saltar a cabecear. Rápidamente este estilo se desgastó y empezaron a aflorar los trascendidos y el “off” como forma de relacionarse con los medios. Esto limó aún más la frágil alianza gobernante.
Los últimos tres gobiernos han expuesto maneras muy disímiles para garantizar el principio de publicidad de los actos de gobierno y el ejercicio del derecho de acceso a la información pública. En el periodo 2015-2019, el gobierno de Mauricio Macri hizo de la comunicación una política en sí misma: todos los funcionarios tenían un discurso unificado, al mismo tiempo que, en la mayoría de los casos, el discurso se oponía a las políticas que se tomaban en la realidad. Aquel recordado debate presidencial donde el ingeniero le negaba a Daniel Scioli todo aquello que luego efectivamente hizo, sirve como ejemplo. Abundaron los eufemismos y las metáforas, tales como “luces al final del túnel”, “brotes verdes”, “reperfilamientos”, etc. Una vez derrotado en las urnas, el macrismo mantuvo silencio hasta qué evaluó que la población ya había olvidado sus desaciertos, y ahora arremete con una retórica muchísimo más radicalizada, a tono con las nuevas derechas globales.
Más atrás en el tiempo, la actual vicepresidenta ejerció su comunicación de manera directa: sin intermediarios, ya sea a través de las redes sociales en las que fue pionera en su utilización entre los mandatarios de su época, o a través de las cadenas nacionales. Otra de las herramientas que utilizó CFK fue el Fútbol para Todos, una medida que, lejos de ser un gasto excesivo, significaba un generoso ahorro a la hora de marcar agenda pública con un mensaje que llegaba de manera directa a amplios sectores de la población. No obstante, la presencia de Cristina en la mesa de los argentinos, interrumpiendo las novelas o colándose en los entretiempos de los equipos animadores del circo futbolístico, generó irritación en vastos sectores. Todo ello, sin soslayar que el mensaje era efectivamente pregnante.
En la era de la comunicación, circula una cantidad excesiva de información, que no siempre es correcta. La ciudadanía necesita acceder a fuentes confiables y fidedignas que le permitan tomar decisiones razonadas. Esta herramienta de comunicación directa con la ciudadanía, sin intermediarios, tiene por objeto que las políticas públicas implementadas por el Poder Ejecutivo Nacional sean conocidas por todos y todas, para que la población pueda participar en la definición de las agendas públicas y en el control de las decisiones. La información que proporcione el Ejecutivo fortalece su vínculo con la ciudadanía, ya que permitirá a los integrantes de nuestra sociedad reflexionar y actuar en consecuencia.
La implementación del rol de vocera presidencial en Gabriela Cerruti tampoco parece solucionar el problema, ya que ella misma se encuentra ante la situación de desmentir trascendidos que, al poco tiempo, terminan confirmándose. Por todo esto es que el gobierno debe dejar de tercerizar la comunicación gubernamental o considerarla como accesoria a la gestión. En la medida que nuestro pueblo entienda cuáles son los sectores de poder que constituyen la tan mentada “correlación de fuerzas” no podrá acompañar al gobierno a dar el primer paso para equilibrar la balanza.